El nacimiento de Telémaco (idilio), poema de Margaret Atwood
Coro: El nacimiento de Telémaco (idilio)
Margaret Atwood
Nueve meses navegó por los rojos mares de la sangre de su madre
tras salir de la cueva de la temida Noche, de un letargo
poblado de perturbadores sueños
en su frágil y oscuro barco, el barco que era él mismo.
Por el peligroso océano de su inmensa madre navegó
desde la lejana gruta donde las tres Moiras,
concentradas en su truculenta labor,
hilan los hilos de la vida de los mortales,
y luego los miden, y luego los cortan.
Y nosotras, las doce a las que más tarde él daría muerte
por orden de su implacable padre,
navegábamos también, en los frágiles barcos que éramos nosotras mismas,
por los turbulentos mares de nuestras madres, hinchadas y con los pies doloridos,
que no eran reinas, sino un grupo variopinto
de mujeres compradas, canjeadas, capturadas, robadas a siervos y desconocidos.
Tras el viaje de nueve meses alcanzamos la orilla,
desembarcamos al tiempo que él lo hacía, zarandeadas por un viento hostil.
Éramos bebés, igual que él; llorábamos igual que él,
estábamos indefensas, igual que él, pero diez veces más indefensas,
pues su nacimiento se anhelaba y fue celebrado, mientras que los nuestros no.
Su madre dio a luz a un príncipe. Nuestras madres simplemente
parieron, desovaron, nos echaron.
Nosotras éramos crías de animales, de las que uno podía deshacerse a su antojo,
vender, ahogar en el pozo, canjear, utilizar, desechar cuando ya no luciéramos.
A él lo engendraron; nosotras simplemente aparecimos,
como los azafranes de primavera, las rosas, los gorriones engendrados en el barro.
Nuestras vidas estaban entrelazadas con la suya; nosotras también éramos niñas
cuando él era un niño;
éramos sus mascotas y sus juguetes, sus hermanas de mentira, sus pequeñas compañeras.
Crecíamos, igual que él, y reíamos y corríamos igual que él,
aunque más sucias, más hambrientas, más bronceadas.
Él nos consideraba suyas, para lo que se le antojara:
para servirle y darle de comer, para lavarlo, para distraerlo,
para mecerlo hasta que quedara dormido
en peligrosos barcos que éramos nosotras mismas.
No sabíamos, mientras jugábamos con él en la playa
de nuestra rocosa isla, cerca del puerto,
que apenas alcanzada la adolescencia nos iba a matar a sangre fría.
De haberlo sabido, ¿lo habríamos ahogado entonces?
Los niños son crueles y egoístas: todos quieren vivir.
Doce contra uno: lo habría tenido difícil.
¿Lo habríamos hecho? En sólo un minuto, cuando nadie mirara.
Habríamos podido hundir su pequeña cabeza, todavía inocente, en el agua
con nuestras infantiles manos de niñera, todavía inocentes,
y culpar de lo ocurrido al mar. ¿Nos habríamos atrevido?
Preguntádselo a las Tres Moiras, que con sus hilos trazan laberintos de color sangre,
y entrelazan las vidas de hombres y mujeres.
Sólo ellas saben qué rumbo habrían podido tomar los acontecimientos.
Sólo ellas conocen nuestros corazones.
De nosotras no obtendréis respuesta.
Margaret Atwood (1939)
Es una poeta, novelista, crítica literaria, profesora y activista política canadiense. Se la describe como una escritora feminista, ya que el tema del género está presente en algunas de sus obras de forma destacada. Este poema es extraído de la novela Penélope y las doce criadas (Capítulo 10).