Supe que Papá Noel no existe de verdad – Raúl Puebla | Cuento navideño
Ya supe que Papá Noel no existe de verdad. Solo está en nuestra imaginación. El otro día intenté explicárselo a Julia, pero no entendió nada.
—Mira, nadie se mete por la chimenea a la media noche y deja regalos —le dije.
—Sí se mete. Es gordo pero se puede meter —me dijo Julia—. Hace como una magia y se mete. Se hace delgado o se hace chiquito, no sé, pero se mete.
—¡Qué no se mete! Además, tú ni tienes chimenea —seguía yo—. En esta ciudad nadie tiene chimenea. ¿Qué no te has dado cuenta?
—Yo no tengo, pero se mete por la ventana.
—Ahí tendría que hacerse más chiquito —repliqué—, y tu mamá ¿le deja la ventana abierta? O ¿se mete como un choro?
—No sé cómo lo hace, pero de que se mete, se mete.
—¿Y cómo lo sabes? ¿Cómo sabes que se mete a tu casa? ¿Lo has visto?
—No, no se le puede ver. No ves que si no no te deja regalos ni nada.
—Ya, pero entonces, ¿cómo sabes?
—Siempre mi regalo está allí. Además, mi mamá siempre le deja algo para comer en un platito y se lo come.
—Ah, como a un perrito.
—Idiota.
—En serio, ¿cómo sabes que no es el perro el que se lo come?
—No tengo perro, tonto.
—El gato entonces.
—Mi mamá odia todos los animales. No tenemos nada.
—Pero, ¿cómo sabes que no es tu mamá la que deja el regalo y se come la comida antes de que te levantes?
—Mi mamá ronca hasta tarde. Yo me levanto primero y tengo que saltar sobre ella para que despierte. Siempre, hasta en navidad me toca irle a despertar.
—Y afuera, ¿nunca has encontrado huella de los renos, del trineo o de cosas así?
—No, nunca. Solo una vez encontré la ventana sin tranca y un poquito abierta. Se metía el frío. Pensé que se metieron ladrones, pero no faltaba nada.
—Solo se metió Papá Noel y salió al apuro. ¿No se le caería algo del saco de regalos?
—No seas tonto. Debe tener mucho cuidado de no perder nada y salir de prisa.
—Pero esa vez dejó tu ventana abierta.
—Pues parece que sí.
—Pero, ¿cómo hace para cerrar tu ventana desde afuera?
—Ay, no se, es Papá Noel. Si se puede meter por una chimenea con lo gordo que es, puede tranquilamente cerrar una ventana desde afuera.
—Deberías espiar hoy en la noche a ver si se mete Papá Noel.
—¿Y si me quedo sin regalo?
—Pero habrías visto a Papá Noel, ¿qué más regalo quieres?
—Bueno, sí.
—¿Siempre te deja lo que le pides en las cartas?
—No, solo una vez —Julia se quedó pensando un momento, con el dedo en los labios—. Mi mamá dice que Papá Noel sabe lo que de verdad queremos en nuestro corazón.
—¿Y ella cómo sabe lo que sabe Papá Noel?
—No lo sé, pero lo sabe.
—Si nadie lo ha visto, ¿cómo lo sabe?
—Mi mamá no diría una mentira de esas. Mi mamá no dice mentiras.
—Mira, un primo que es mayor —repliqué— me hizo el otro día la cuenta. ¿Sabes cuántos niños hay en el mundo en Navidad?
—No.
—¡Millones! Son millones que le escriben a Papá Noel en todo el mundo. Y el mundo es grandote.
—¿Y qué pasa? Papá Noel hace todo en toda la noche buena.
—Ni aunque los renos fueran Flash podría ir a todos los lugares y dejar todos los regalos. Fíjate que son millones. ¿Sabes lo que son millones?
—Mi mamá me dijo una vez que un millón es algo que no podría contar ni hasta que llegue a viejita.
—Ya ves. Papá Noel no puede dejar esos regalos ni pasando muchos, muchísimos años.
—Debe tener ayudantes o algo así.
—Entonces, ¿hay más de un Papá Noel?
—No me confundas —replicó enojada—. Mi mamá dice que él viene y debe venir.
—Pues, creo que deberías espiarla —le dije muy serio—: a ella y a Papá Noel.
Julia se quedó pensativa. Ya no me miraba a mí, sino lejos, como buscando algo en el horizonte.
—Está bien. Voy a hacerlo.
—Pero tienes que hacerlo bien.
—¿Y cómo se hace bien? ¿Qué eres un espía profesional?
—O sea, que nadie se dé cuenta que los estás espiando. Ni siquiera tu mamá.
—Mmm, lo voy a pensar.
Al día siguiente casi no pude esperar. Me fui corriendo a la casa de Julia, y timbré como tres veces.
—¿Qué pasó? —le pregunté sin saludarla siquiera.
—Nada —me respondió sin tampoco saludarme—. ¡Que Papá Noel sí existe!
—No te creo —saqué los ojos—. ¿Cómo que existe? ¿Estás segura de que los espiaste? ¿No te quedaste dormida?
—O sea, sí me quedé dormida pero eso fue después. Primero lo vi y estaba bien despierta.
—A ver, a ver —le dije sin creerle nada—. Cuéntame.
—Pues, llegamos de la casa de mi abuela, donde cenamos. Ya era tarde y tenía sueño. Pero quería hacer lo que me dijiste. Entonces me puse el pijama y mi mamá vino a darme las buenas noches y me dijo “Feliz Navidad. Mañana abrimos los regalos que traiga Papá Noel” —se quedó pensando o dudando.
—Ya. ¿Y de ahí?
—Me hice la dormida. Esperé que se fuera y que se durmiera.
—Bien.
—Luego de un rato, que creí ya estaba dormida, me levanté. Andé de puntillas y entré en la sala. Me tuve que meter atrás del sillón, ese gordo en el fondo, —me miró fijo— si sabes cuál digo, ¿verdad?
—Sí, claro.
—Ya me dormía —continuó—. Y pensé que estaba soñando, porque escuché que sonaba la chapa de la puerta.
—¿Y qué pasó?
—Se me fue el sueño de una. Alguien intentaba abrir la puerta. Un ladrón, pensé. Moría de miedo.
—Qué denso. ¿Y?
—Demoró un poco, pero la puerta se abrió de repente.
—Y ¿quién era?
—Papá Noel, pues —me dijo mirándome como si fuera un imbécil.
—No jodas.
—Sí. Con barba y todo. Panza, pero poca panza —aclaró—. Tenía la bolsa de regalos, aunque no muy llena. Entonces, caminó de puntillas hasta la sala. Era alto y el traje sí parecía rojo, pero estaba oscuro. Era difícil de ver.
—Me estás jodiendo.
—Te juro por lo más.
—¿Y de ahí?
—Pues, se acercó a la mesita de las galletas. Se comió todo, el muy tragón —sonrió un poco al decir esto—. Luego se agachó, sacó dos regalos y los dejó en el suelo, bajo el árbol. Yo no lo podía creer.
—No era él, era alguien más.
—¿Quién, a ver? ¿Quién deja regalos y se come las galletas en nochebuena?
—No lo sé… Un vagabundo, alguien que quiere hacerles una broma.
—Pues yo no me reí ningún rato.
—A ver, sigue.
—Entonces, se levantó y se fue caminando hasta el pasillo. Ahí sí me asusté, porque no se fue de nuevo a la puerta para salir y seguir repartiendo los regalos. Sino que se fue al pasillo y se fue directo al dormitorio de mamá.
—Te dije, un ladrón.
—No se robó nada, menso. Se fue hasta allá y le seguí. Estaba asustada, pero igual le seguí. Y haciendo silencio, de puntillas, abrió la puerta de la habitación de mamá, como si nada.
—Y ¿no le dijiste a tu mamá? ¿No le gritaste?
—No pude. Me quedé hecho piedra ahí afuerita.
—¿Y? ¿Qué pasó?
—Cerró la puerta como si fuera normal.
—Hijuemadre, ¿y tu mamá?
—Me quedé afuera esperando oír algo. Que grite, pero nada. Quería abrir la puerta para salvarla, pero no me podía mover.
—Y el tipo, ¿salió algún rato?
—No. Me quedé ahí recostada en el suelo y creo que me dormí.
—¿Cómo? ¿Cómo te puedes dormir dejando sola a tu mamá con Papá Noel?
—Mi mamá me despertó ya de día, me levantó del suelo.
—¿Y el tipo?
—No sé, no estaba por ningún lado cuando desperté.
—¿Quién sería?
—Papá Noel. Te digo que era Papá Noel.
—¿Qué miércoles!
— ¿Qué pasa?
—Ahora hay que esperar otro año para saber. Pero el otro año voy a dormir a tu casa.
por Raúl Puebla
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