Ejercicio de escritura creativa: La casa respira

Escribe una escena de horror doméstico para Halloween. La casa parece viva, pero nadie lo dice. Trabajarás ritmo, focalización y subtexto: lo que no se nombra asusta más. El ejercicio es breve, divertido y medible. Ideal para cuento, novela o guion en clave inquietante. Sin monstruos literales ni sustos gratuitos.

Qué trabajarás

  • Ritmo: alterna silencios y golpes sonoros para sostener la tensión.
  • Focalización interna: sigue una mente sesgada; evita omnisciencia.
  • Subtexto: sugiere amenaza con objetos y sombras, no con explicaciones.
  • Construcción de escenas: causa y efecto claros en cada gesto.

Pasos del ejercicio

  1. Prepara el terreno. Elige un espacio cotidiano (cocina, pasillo, armario). Anota tres sonidos posibles. Define un objetivo urgente del protagonista y un tabú doméstico. Regla: la casa no es mágica; el miedo nace de indicios reales.
  2. Escribe la escena. (de 200 a 300 palabras) en tiempo presente. Punto de vista único. Abre en acción. Introduce un motivo sonoro recurrente (goteo, bisagra, respiración). Evita nombrar “miedo” y “terror”. Muestra tensión con luz, temperatura, objetos fuera de lugar y tiempos exactos del reloj. Evita metáforas grandilocuentes; prioriza acciones verificables por los sentidos.
  3. Giro de presencia. A mitad, repite un detalle inicial pero desplazado: el goteo suena detrás, la puerta se cierra sola, la respiración coincide con la del narrador. No expliques. Muy breves. Cambia el ritmo: frases cortas; verbos de acción. Cierra con un gesto que arruine la seguridad.

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Comentarios

14 respuestas a «Ejercicio de escritura creativa: La casa respira»

  1. Avatar de jaime cadavid amaya
    jaime cadavid amaya

    Amor eterno
    Esa noche era distinta a todas las noches, afuera los rayos iluminaban la ventana de la que se despediría mañana, al ser su último día de vida en este mundo de los vivos.
    Su enfermedad terminal lo obligó a decidir suicidarse y ni siquiera las promesas de amor lo harían cambiar de opinión.
    El golpe de las ramas contra la ventana le impedía pensar en cómo se iba a despedir de la mujer que a su lado le pidió vivir por siempre juntos.
    Los truenos le hicieron despertar y darse cuenta que le mujer estaba muerta.
    Por eso no la oía , ni la sentía , su pelo blanco y un anillo en los dedos eran la única prueba de que fue la dueña de su amor .
    Como pudo, la cubrió con una manta, y en un eterno abrazo de muerte saltó al vacío de sus temores.
    Dicen que, por las noches, en ese hotel se oyen gemidos de placer, de dolor y amor.
    La habitación sigue clausurada, era de madera añeja, gruesa, de color cobrizo
    Pero adentro se oyen los gritos de miedo entre la vida, el amor y la muerte.
    El espíritu de ella salía por las noches en búsqueda de ese amor que nunca tendría

  2. Avatar de Miss Yaguarlocro
    Miss Yaguarlocro

    La casa me espera Miss Yaguarlocro
    La puerta no se abre, la rodeo y entro por un costado, las cerraduras tienen óxido, todo está muy obscuro, la casa está silenciosa, hay ruidos extraños que no sé si son de dentro o fuera.
    No sé porqué estoy aquí, en la casa de mi niñez, ya no recuerdo, han pasado más de sesenta años y estoy muy cansado.
    Con la muerte de mamá y el suicidio de papá, parece que la casa lo sabe todo, en ese momento la puerta se abre con un crujido de madera remordida, -¡Qué raro! ¿Hay alguien aquí?! -Hola ¿quién está?- las arañas, grandes y pequeñas salen de todos lados, mis ojos se mueven de un lado a otro sin comprender, son las 11 de la noche, el pánico está dentro de mí, en los huesos flacos y medio viejos.
    Los dientes me rechinan.
    Casi dormido, siento un peso terrible en mis pies, no puedo moverme ni levantarme, no tengo voz y casi no respiro. Algo me mira, se apodera de mi cuerpo, me asfixio, corro desesperado, la lámpara del techo se desploma a medio milímetro de mi cabeza, salgo por la misma puerta que rechina.
    Corro entre los matorrales, de pronto piso el extremo de un azadón, este se levanta metiendose en mi frente, quedo tendido, escucho que la casa se afloja y espera su demolición

  3. Avatar de Marina G
    Marina G

    A pesar del cotorreo incesante de mamá con la señora Callaway, los arañazos del sótano se hacían cada vez más difíciles de esconder.

    Sabía que no era la única que lo escuchaba: por eso mamá se esforzaba tanto en matener viva la conversación con nuestra invitada, pero un impulso irrefrenable, casi instintivo, me hacía repetir el mismo mantra en mi cabeza una y otra vez.

    «Es tu imaginación. Esta casa no tiene sótano»

    Dolly me advirtió que acabaría volviéndome loca.

    Un golpe seco proveniente del sótano interrumpió la conversación de los adultos.

    — Debes disculparnos, Leticia. Hace poco adoptamos un cachorro: ya sabes cómo son. —Se disculpó mamá — Lo tenemos encerrado en la habitación de nuestra Dolly, pero aún no sabe comportarse.

    Leticia frunció el ceño.

    — Qué extraño, pensaba que el ruido venía del sótano.

    Mamá y yo reímos forzadamente.

    — Oh, eso sería muy extraño, Leti. — dijo mamá — Esta casa no tiene sótano.

    El silencio que se formó después fue interrumpido por un sonido metálico, como el de unas cadenas arrastrándose por el suelo. Pero esta vez era distinto.

    Las cadenas se oían detrás de la pared a mi espalda, donde se encontraba la trampilla que conducía al sótano.

    Mamá debió de quedarse sin ideas, porque comenzó a llorar decontroladamente.

    — Mi niña Dolly, — gimoteaba — Dios sabe lo que le habrá ocurrido.

    La señora Callaway se levantó de su butaca, olvidando de repente el sonido de las cadenas, y fue a abrazar a mamá.

    Una vez concluyó la emotiva escena, mamá acompañó a Leticia hasta la puerta.

    Yo suspiré, aliviada por la ingenuidad de la señora Callaway.

    Fue entonces cuando escuché los arañazos una última vez, justo detrás de mi butaca.

    No pude evitar soltar una carcajada irónica.
    Al parecer, Dios no era el único que conocía el paradero de Dolly.

  4. Avatar de Juancho
    Juancho

    10 minutos
    Por Juan M Prado

    Era una tarde lluviosa de abril, el viento golpeaba fuerte sobre las ventanas cerradas, casi como queriendo entrar y escapar de esa abrumadora y oscura tiniebla propia del día.
    Me encontraba solo, tranquilo, tomando un cálido y acogedor mate, observando atentamente hacia la nada misma, Solo con la gratificante sensación de estar seco y a salvo.
    Nada parecía perturbar mis pensamientos,…nada,…salvo que por un instante, y solo un instante, creí sentir la presencia de no sé qué, o quién detrás de mí.
    De pronto mi calma, mi tan anhelada tranquilidad, se vio ineludiblemente alterada…y ya nada…nada, sería igual…
    Mi cuerpo lo sabía, mi ser lo presentía, y aquella presencia que había percibido, también lo sabía.
    Sin darle tiempo a las vacilaciones de mi mente, decidí casi en una milésima de segundo voltear mi silla para ver…o quizá sentir eso que tanto me estaba aquietando.
    Inmóvil, no pude girar, y no precisamente por no haberle enviado la orden a mi cuerpo, el cual ya no permanecía en calma…sino porque alguna fuerza ajena no me lo permitía.
    Por un instante me di la posibilidad de creer que mi mente me estaba jugando una mala pasada, y traté de mantener la poca calma que ya no tenía.
    Pero no…, evidentemente había algo que no me permitía girar la silla para ver que estaba sucediendo detrás.
    Mientras tanto afuera, la lluvia azotaba con más fuerza, el cielo tronaba, y con sus desgarradores gritos hacían que mi alma se estremeciera aún más…el miedo se apodero de todo mi ser…, el corazón se aceleraba, el sudor se deslizaba por mi cuerpo inmóvil.
    Pensé por un vago y casi insignificante instante, en correr y gritar con todas mis fuerzas, pero todo fue en vano…, había perdido toda comunicación con mi cuerpo…
    Y así fue como mi mente, inmersa en el temor se desconectó de mí ser, y el cuerpo la siguió quedando inmóvil, exactamente en la misma posición en la que se encontraba minutos atrás, antes de que todo esto pasara.
    Días después mi cuerpo fue encontrado recostado sobre esa silla, con el mate en la mano y sin vida, mirando hacia la nada misma…
    Todos supusieron que algún problema de salud había afectado a mi corazón haciéndolo detenerse….
    Pero eso no fue lo que realmente sucedió…, ustedes y yo lo sabemos.
    Lo que verdaderamente hizo detener mi corazón fue el “MIEDO”.
    El miedo muchas veces nos paraliza, no deja que seamos quienes realmente somos, el miedo no nos deja ver más allá de nuestros pensamientos, nos deja inmóviles, nos deja indefensos, el miedo…nos mata.

    1. Avatar de santoago90

      Hola, acórtalo, para que tenga el número de palabras que solicita el ejercicio. Gracias.

  5. Avatar de Carolina Lizarazo Torres
    Carolina Lizarazo Torres

    EL JARDÍN

    El sonido de un viento torrencial lo despierta. Ve que el reloj marca las dos de la mañana. Después de dar varias vueltas en la cama, desiste de luchar contra aquel insomnio que se le ha instalado desde hace un tiempo.

    Enciende la luz para leer un rato, pero una jadeante respiración comienza a adueñarse de él, que le impide concentrarse en la lectura. —Todo está bien, todo está bien, se repite así mismo para apaciguar el manojo de nervios que comienza a ascender desde los pies, le camina por el plexo, y se le instaura en el centro del pecho.

    En medio de un silencio oscuro y triste, decide bajar por un poco de agua. Mientras bebe con ansias y se traga la pastilla, ve que un río de sangre recorre sus manos y siente que un torbellino de voces inclementes golpetea su cabeza.

    Tras producirse los efectos del ansiolítico, una calma comienza a reinar, pero que rápidamente es desplazada por el estrepitoso aleteo de un pájaro. — Es la madrugada, no es posible, se dice. Se da cuenta que el incesante sonido proviene del jardín, ese lugar de la casa al que no había querido regresar desde aquella nefasta noche, pero debido a la curiosidad de ese sonido que no entiende, se obliga a volver.

    Cuando llega a esa fría y desoladora atmósfera, ya no oye el aleteo del pájaro, ahora escucha de nuevo una agitada respiración, que no es la suya, es la de alguien cuyas manos tan asesinas como las de él, se le van engarzando en su garganta, las que alcanza a reconocer, antes de caer estrangulado por ellas.

  6. Avatar de Isidora Luna
    Isidora Luna

    3:33

    Marla se despertó con la boca seca.
    3:33 a. m.
    Respiró hondo—sentía arena en la garganta, y el aire se respiraba denso. El cuarto parecía más pequeño que antes. Se sentó.
    El piso: precioso, una ganga. Tres habitaciones por casi nada. Demasiado bueno, dijeron María y Ana.
    El edificio lindaba con el bosque. Sin luces alrededor. Se veían las estrellas… y el bosque al costado, oscuro, denso.
    Le señalaron el bosque, dijeron. Está encantado.
    Marla respondió: Cuentos de gente con demasiado tiempo libre.
    Tanteó el móvil. Cinco mensajes de María. Cuatro de Ana. Qué agobio. Ya estaban preocupadas, como siempre.
    Sonrió. Sus mejores amigas. Sin piso como ella, seguro iban a mudarse cuando vieran lo bien que vivía aquí.

    Intentó ponerse de pie. El mareo la devolvió a la cama. ¿Qué demonios me sucede?
    Lo intentó otra vez. Esta vez lo logró.
    Caminó hacia la ventana tambaleándose.

    Se asomó.

    El paisaje era rojo. Desértico. Antinatural.
    El bosque se adivinaba: miles de sombras que se movían. Que la miraban.

    Estoy soñando, pensó.
    Se giró hacia la habitación.
    Entonces las vio.
    Las sombras.
    Estaban aquí también.
    En las esquinas. Bajo la cama. Trepando por las paredes como dedos largos, oscuros, que se estiraban hacia ella.

    Miró hacia su cama.
    Y se vio.
    Allí tendida. Inmóvil.
    Una sombra sobre ella. Consumiéndola.
    Cerró los ojos. No soportó verlo.
    Los abrió por reflejo, por desesperación, por falta de aire.

    Pero la habitación estaba vacía.
    Solo el teléfono iluminándose breve entre las sábanas.

    Despertó: 3:32 a. m.
    Respiró hondo. Un maldito sueño.

    Entonces escuchó una respiración. Lenta. Profunda.
    Luego muchas, un lamento.
    Sus ojos recorrieron la habitación.
    Ahora las sombras estaban ahí.
    Y eran reales.

  7. Avatar de Lucía
    Lucía

    El reloj marca las 3:17.
    Lucía enciende la luz de la cocina; el tubo fluorescente titubea antes de estabilizarse. El goteo del grifo marca un compás irregular. Uno, dos, pausa. Uno.
    Abre la nevera. El zumbido cambia de tono, como si el motor dudara. Saca la botella, la deja sobre la encimera. Un golpe leve de la ventana. No hay corriente.

    Mira hacia el pasillo, oscuro. El marco del sótano se distingue apenas, una franja más negra que la pared. No debería mirarlo. No debería pensar en eso.
    Pone la leche en el cazo. Espera. El goteo sigue, pero más rápido, como si el agua llevara prisa.

    Algo cruje detrás de ella. No se gira. Solo mueve una mano, apaga el fuego.
    El reloj marca las 3:19. El segundero tropieza en cada paso.

    La leche empieza a burbujear. No recuerda haber encendido de nuevo la hornilla.
    El goteo ha cesado.
    Silencio.

    Entonces el sonido reaparece, más cerca. Detrás. Uno, dos. Pausa. Uno.
    Lucía se vuelve despacio. El fregadero está seco.
    El golpe de la ventana. Otra vez. Pero la ventana no está en ese lado.

    Da un paso atrás. El suelo está tibio, como si alguien acabara de pasar descalzo.
    El reloj marca las 3:17 otra vez.

    Lucía sostiene la taza y sopla, temblando apenas.
    Desde el pasillo llega un suspiro húmedo, idéntico al de su hijo cuando se despierta.
    Solo que el niño, ella lo sabe, duerme arriba.

  8. Avatar de MARY MENDEZ
    MARY MENDEZ

    A las 3:42 de la mañana, Sofía se movía desesperada por el pasillo. La débil luz de su celular (con solo 3% de batería) era su única ayuda, pues necesitaba encontrar el cargador con urgencia para entregar un informe en tres horas.
    Al pasar frente al antiguo armario familiar —una reliquia que su madre le había prohibido usar desde un incidente infantil—, una bisagra chirrió ligeramente, acompañada de un repentino y denso hedor a humedad y madera vieja. En la cocina, el goteo del fregadero marcaba un ritmo errático: uno, dos, tres, pausa. Mientras buscaba sin éxito, sintió un intenso escalofrío recorrer por su espalda.
    Con la batería a punto de morir, Sofía regresó al pasillo. El zumbido de la luz ahora era un murmullo eléctrico. El armario, que por muchos años había permanecido cerrado, ahora se encontraba entreabierto, revelando una oscuridad más profunda. Dentro, apoyado de forma antinatural, estaba el cargador. Ella, aunque temblorosa, lo tomó sin dudar.
    En ese instante, la bisagra sonó de nuevo, pero esta vez fue un resoplido ronco justo a sus espaldas.
    Al girar, notó la puerta del baño abierta, aunque recordaba haberla visto cerrada al pasar. El espejo reflejó el pasillo, pero no su figura. La madera del piso crujía, como si leves y suaves pisadas se escurrían entre la noche.
    Atemorizada, Sofía corrió a su habitación, se encerró y empujó la cómoda contra la puerta, enchufando el celular. El goteo reapareció, pero ya no era el fregadero; venía de detrás de la puerta de su cuarto, con un ritmo más rápido y frenético: uno, dos, tres, un, dos tres… Mientras escuchaba con el corazón desbocado, pequeñas huellas de manos chorreando comenzaron a aparecer por la pared, justo al lado de la puerta, como si una figura infantil hubiera intentado subir por la pared.

    1. Avatar de MARY MENDEZ
      MARY MENDEZ

      Llevo escribiendo este cuento tres días se me hizo muy largo el primero y tuve que rehacerlo 2 veces, y ahora me doy cuenta que hay palabras que repetí, sobre todo al final. Pero lo que me llama más la atención es que son muy similares a los dos publicados anteriormente. 🙈

  9. Avatar de Tatiana Díaz
    Tatiana Díaz

    La urna

    Nunca olvidaré el primer día limpiando aquella casa que alguna vez había albergado ocho personas, pero ahora estaba reducido solo a dos: el anciano patriarca y una de sus hijas que cuidaba de él.

    Al llegar, lo primero que noté fue las cuarteaduras en la pintura de la entrada que me recordaba los colores de los años 70. Había un espacio que algún momento tuvo un jardín, pero ahora la maleza crecía sin parar. La puerta principal tenía algún que otro rastro de óxido y los ventanales estaban tapiados con unas cortinas grises. No sé si el gris era suciedad o lo avejentado de la tela.

    Al tocar la puerta me abrió la hija. Una mujer de unos cincuenta y tantos. Me mostró los lugares que tenía la casa y dónde quería que comenzara a limpiar. Me entregó trapeador, escoba, recogedor.

    —Puede comenzar desde acá, espero que usted dure más tiempo que la otra que nos envió la empresa— Me señaló una habitación donde había mucha ropa y objetos al azar acumulados.

    El olor a humedad me golpeó la cara. Pese a eso comencé lo más rápido posible.

    La mujer salió de la habitación dejándome sola y la ví cruzar el pasillo para acercarse a lo que parecía el cuarto matrimonial.

    Empecé barriendo el espeso polvo y mientras lo hacía, la escuchaba hablarle a alguien. —Será su padre— pensé.

    Mientras recogía el mugre del suelo, sentí un ruido metálico.
    La luz amarillenta titilaba y mi pulso se aceleraba.

    Me asomé de reojo por la puerta de la habitación que estaba limpiando, cuando ví a la mujer empujando una silla de ruedas oxidada con una urna funeraria encima.

    —Papá esta es la nueva mujer que nos envió la empresa de limpieza. Tú decides si hace bien el trabajo o no.

  10. Avatar de Mabel Montoya
    Mabel Montoya

    La Casa en Luto:

    Era un lugar lúgubre donde nadie había sonreído en muchos años, a pesar del intenso verano se sentía un frío que calaba los huesos y arrugaba el alma.

    Esta casa había estado vacía por meses, al entrar sólo escuchaba el constante goteo de una llave mal cerrada, un olor fétido llenaba el ambiente acompañado de una energía maligna.

    En el piso aún se veía el croquis del crimen cometido, fueron dos las víctimas.

    Pensaba en cómo habrían sido los últimos fatídicos momentos de estos pobres desgraciados. Un escalofrío atravesó mi cuerpo solo con pensar en esto.

    Trate de limpiar la sangre seca que aún se observaba…limpiaba con afán pero tan pronto limpiaba más sangre brotaba…el frío se intensificó, la luz prendía y apagaba….vi unas sobras cruzando el pasillo,

    -Quien anda ahí?

    Nadie respondió sólo se escuchaba el goteo incesante que enloquecía mis sentidos. No logré terminar mi trabajo de limpieza, este lugar necesita primero una limpieza por un sacerdote para que las pobres almas de las victimas olvidadas puedan descansar en Paz.

    Fin

  11. Avatar de Pablo Arellano
    Pablo Arellano

    Raquel volvía después de dar la propina en el bar del hotel. Había esperado a que finalizara Time after Time de Chet Baker, una de las favoritas de su esposo. Era su primer viaje desde que él había muerto. Llamó al ascensor para ir a su cuarto. La luz del vestíbulo solitario proyectaba tenues sombras de las sillas y muebles dispuestos para los clientes. El sonido del ascensor se expandió y dejó un suave eco en las paredes. Presionó el botón del séptimo piso. La puerta se cerró y dejó atrás lo que había sido una noche diferente para ella. De repente, la puerta se abrió. El vestíbulo seguía delante de ella. Presionó repetidas veces el botón de cerrar. Ahora estaba subiendo. No faltaba mucho para que se pudiera recostar y descansar para, el siguiente día, seguir con detenimiento un itinerario que ella no había hecho. Tarareaba la canción que había escuchado en el bar hasta una parte que no recordaba. De repente, escuchó cómo una melodía nacida del parlante del ascensor en un tono mucho más bajo continuaba con la canción. Miró extrañada al pequeño parlante y esperó unos segundos para confirmar que de verdad era la canción o efecto de su cansancio. Pero cada vez se volvía ensordecedor y ahora la melodía cambiaba súbitamente a tonos tan altos que lo volvían como un grito agudo. Los sonidos se apoderaron de cada resquicio del ascensor. Empezó a presionar todos los botones y cada uno de ellos emitía un sonido distorsionado de la melodía. Se tapó los oídos y cerró los ojos, esperando llegar al séptimo piso. Cuando abrió los ojos y se quitó las manos de las orejas, escuchó el sonido suave del ascensor que se abría delante del vestíbulo.

  12. Avatar de Fernanda
    Fernanda

    La casa del recuerdo
    Han pasado 3 años desde que las cosas cambiaron para mi hermana y para mí; hoy, 31 de octubre, es una fecha marcada en nuestro calendario y no precisamente por las festividades.
    Aquí nos tienes, casa, a Anna y a mí, un año más para recordar algo que deseamos olvidar. Paradas afuera, se siente el cambio; antes eras una casa animada con luces, calabazas, niños gritando “dulce o truco”. Hoy eres una casa fría, sin brillo, sin vida.
    Avanzamos y, al pasar la puerta, esperamos taparnos con los momentos felices, con el olor a tarta de calabaza recién horneada, el calor de hogar, las risas de mamá, mientras papá modelaba su disfraz de turno; cada año era uno diferente y más elaborado. Este año hubiera sido el conejo de Alicia en el país de las maravillas, que Anna había votado por varios años atrás.
    Suspiramos al chocar con la realidad; no hay nada de eso, las luces fueron cambiadas por cortinas gruesas, el olor dulce por el olor a naftalina, la bulla por un silencio ensordecedor, olvido total.
    Al caminar por el callejón, las maderas crujen por el paso del tiempo. Pasamos por la cocina; donde antes existían galletas, hoy hay botellas de whisky. Nos sentamos en el patio, ese patio donde jugamos por horas y éramos felices.
    Escuchamos bajar a alguien por las escaleras y quedarse parado junto a la puerta de entrada. Anna y yo nos quedamos muy quietas; se supone que esta noche estaríamos solas.
    Nos quedamos tan quietas que escuchamos a los niños pasar de largo, pero se siente la pesadez de los recuerdos de ese Halloween de tres años atrás; la abuela murió diciendo que, si esta casa hablara, contaría con lujo de detalles lo que la gente sospecha.
    Yo muchas veces pregunté a la abuela qué decían los vecinos, qué teorías tenían sobre nuestra amada casa; ella solo respondía: “No quieres saber, Sofía, algún día te quedarás cuenta”.
    Anna y yo nos sobresaltamos cuando vimos salir al patio a papá disfrazado del conejo blanco y a mamá con una pala golpeando el pasto, gritando con furia. “Anna, Sofía”. ¡¡¡BASTA DE VENIR TODOS LOS AÑOS!!!

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